Vamos para Alemania, Pepe

Como sugiere el título de la película «Vente a Alemania, Pepe», muchos están convencidos de los beneficios de emigrar a Alemania para enriquecerse. Pero lo que no te cuentan es que, hoy en día, incluso hacer la compra en España se ha convertido en un lujo inalcanzable para muchas familias. Mientras, en Alemania o Holanda, los consumidores disfrutan de precios más bajos, a pesar de que muchos de esos productos vienen de nuestro país. ¿Cómo es posible que esto ocurra? ¿Dónde está la justicia en todo esto?

Supermercado en Alemania

La cesta de la compra ya no es un simple acto cotidiano, sino una batalla campal contra los precios abusivos y la desfachatez de los supermercados. Revisar ofertas, descuentos y aplicaciones se ha convertido en una rutina familiar los fines de semana, con el único objetivo de ahorrar hasta el último céntimo. Pero, ¿es esto justo? ¿Por qué las familias españolas tienen que dedicar horas a buscar gangas para poder comer decentemente, mientras los grandes supermercados se  llenan los bolsillos? solo hay que ver sus beneficios estratosféricos.

Y no nos engañemos: esto no es solo cuestión de ahorro. Esto es una cuestión de dignidad. Las comidas familiares ya no se rigen por la dieta mediterránea, ese orgullo que tanto presumimos, sino por los menús confeccionados en función de las ofertas semanales de los grandes supermercados. ¿Dónde quedó el pescado fresco, las frutas de temporada, las verduras recién recolectadas? Ahogados bajo precios desorbitados que solo benefician a unos pocos.

España es, sin duda, uno de los mayores productores del sector primario en Europa. Con un clima mediterráneo ideal para la agricultura y una larga tradición agrícola, el país se ha consolidado como un referente en la exportación de frutas, verduras, carne y lácteos. Pero aquí viene la paradoja, la gran estafa: en países como Holanda, Alemania y Suiza, donde muchas frutas y verduras deben importarse, el esfuerzo económico que debe hacer un consumidor para adquirirlas es menor que en España, el país que las produce. ¿Cómo es posible que esto ocurra? ¿Cómo es posible que los españoles paguemos más por lo que cultivamos aquí mismo?

La paradoja de la producción versus el consumo: un robo descarado

Un ejemplo claro lo encontramos en las clementinas, en este caso, las clemenules. Según los datos proporcionados, un trabajador español gana, en promedio, 18,2 euros brutos por hora. Con este salario, puede adquirir aproximadamente 8,2 kilogramos de clementinas, dado que el precio medio por kilogramo en España es de 2,20 euros. En comparación, un trabajador en Suiza, con un salario por hora bruto de 36,7 euros, puede comprar alrededor de 14,68 kilogramos de clementinas, a pesar de que este país no las produce y debe importarlas. Lo mismo ocurre en Holanda y Alemania, donde los consumidores pueden adquirir más kilogramos de clementinas con un esfuerzo económico menor que en España.

¿Cómo se explica esto? ¿Cómo es posible que los suizos, que no producen ni una sola clementina, puedan comprar más kilos que nosotros, que las cultivamos aquí? La respuesta es clara: los supermercados y los intermediarios se están forrando a costa de los productores y los consumidores españoles. Es un robo descarado, una estafa que nos deja sin aliento.

En un almacén, el precio de un kilo de clementinas confeccionado y normalizado oscila entre 0,80 y 1 euro. Pero cuando este mismo producto llega a los lineales de los supermercados españoles, su precio se multiplica, llegando a superar los 2,20 euros por kilo. ¿Dónde va a parar esa diferencia? A los bolsillos de los intermediarios y las grandes superficies, que se aprovechan de su posición dominante para exprimirnos a todos.

La eficiencia del norte de Europa: un espejo en el que no nos miramos

Mientras tanto, en países como Holanda, Alemania y Suiza, las cadenas de distribución funcionan como relojes suizos. Aunque no producen clementinas, cuentan con sistemas logísticos altamente desarrollados y competitivos que permiten reducir los costes asociados al transporte y la intermediación. Y aquí viene lo más indignante: muchas de estas cadenas de distribución también operan en España. Es decir, los mismos supermercados que en Alemania venden las clementinas a precios razonables, aquí nos las cobran a precio de oro. ¿Cómo se atreven?

En España, a pesar de ser el productor, los costes de distribución y los márgenes de beneficio aplicados por los intermediarios son desorbitados. Esto significa que, aunque las clementinas se producen a un coste más bajo en nuestro país, los consumidores no se benefician de esta ventaja debido a los sobrecostes generados en la cadena de suministro. Es una burla, una falta de respeto hacia los productores y los consumidores.

El impacto en el consumidor español: una bomba de relojería

Para el consumidor español, esta situación es una bomba de relojería. Aunque los productos frescos se producen localmente, el esfuerzo económico que debe realizar para adquirirlos es desproporcionado en comparación con otros países europeos. Esto lleva a una situación insostenible: los consumidores españoles optan por productos más baratos pero de menor calidad, o simplemente reducen su consumo de frutas frescas. Solo hay que ver la cantidad de ultraprocesados que nos encontramos en los lineales. ¿Es esto lo que queremos? ¿Una población malnutrida porque no puede permitirse comer sano?

Y no nos olvidemos de los productores. Aunque España es un líder en la producción agrícola, la falta de acceso asequible a estos productos en el mercado local limita su potencial de crecimiento. Si los consumidores españoles no pueden permitirse comprar frutas y verduras frescas en grandes cantidades, los productores se ven obligados a depender más de las exportaciones, lo que los hace vulnerables a las fluctuaciones del mercado internacional. Es un círculo vicioso que beneficia a unos pocos y perjudica a todos.

Hacia una solución justa y sostenible: el doble etiquetado como herramienta de transparencia

Basta ya de abusos. Basta ya de permitir que los supermercados se enriquezcan a costa de nuestra salud y nuestra economía. Es hora de exigir transparencia. Es hora de implementar el «doble etiquetado» en los lineales de los supermercados. 

¿En qué consiste esta medida? Muy sencillo: junto al precio de venta al consumidor, se incluiría otro precio que refleje el coste real del producto hasta su llegada a los almacenes centrales del supermercado. Es decir, los consumidores podríamos ver cuánto cuesta realmente ese kilo de clementinas antes de que los intermediarios y las grandes superficies le añadan sus desorbitados márgenes de beneficio. 

Esta medida no solo sería un golpe directo a la opacidad de los precios, sino que también pondría en evidencia los abusos de los supermercados. ¿Cómo se justifica que un producto que cuesta 0,80 euros en origen termine vendiéndose a más del doble? Con el doble etiquetado, los consumidores tendríamos la información necesaria para exigir responsabilidades y tomar decisiones informadas.

Pero no nos quedemos ahí. El doble etiquetado debería ir acompañado de medidas de transparencia en la fijación de precios y de una regulación más estricta para evitar la especulación en los mercados de alimentos. Solo así podremos asegurar que los productos frescos y de calidad sean accesibles para todos los españoles, sin que esto suponga un esfuerzo económico desmedido.

Es hora de actuar

El doble etiquetado no es una utopía; es una necesidad urgente. Es una herramienta poderosa para combatir la injusticia que sufrimos los consumidores y los productores españoles. Es hora de que los supermercados dejen de tratarnos como si fuéramos tontos. Es hora de que los políticos tomen cartas en el asunto y legislen en favor de una cadena de suministro más justa y transparente.

Porque no vamos a permitir que sigan jugando con nuestra comida y nuestro futuro. Porque no vamos a permitir que los abusos de unos pocos nos dejen sin acceso a alimentos de calidad. Porque no vamos a permitir que la dieta mediterránea, ese patrimonio que tanto nos enorgullece, se convierta en un lujo inalcanzable.

Es hora de decir basta. Es hora de exigir el doble etiquetado. Es hora de luchar por una alimentación justa y sostenible para todos.

Comentarios

2 respuestas a «Vamos para Alemania, Pepe»

  1. Avatar de Juan Vicente Santonja Marí
    Juan Vicente Santonja Marí

    És un articulo de información espectacular, solo nos queda sacar nombres reales de los ladrones, para verlos por la calle, en sus viviendas, con sus amigos, y poder llamarle ladronzuelo en vez de su nombre, aunque tubo suerte de tener personas que lo trajeron aquí a la vida, y seguramente un 99 por cien que no eran ladronzuelos, por eso quiero sacar caras i nombres, no instituciones.

  2. Avatar de Uno mas

    No estoy de acuerdo cont todos los respetos. Yo creo que no son tanto los supermercados ni intermediarios los que se quedan el pedazo gordo de la tarta. ¿No va a cerrar Alcampo por descender un 2,6 la facturación? Eso con un margen elevado no pasaría. En mi opinión el pedazo gordo se lo quedan los estafadores del gobierno, que meten impuestos en todas y cada una de las partes de la cadena para poder pagar sus vicios, excesos y vidas de marajás. Así de simple. Un saludo.

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